El
micropro es es una forma de narración compuesta con un mínimo de
900 a un máximo de 999 palabras incluido su titulo.
Titulo:
Halcones
Característica: Micropro
Nota:
El presente ejemplo contiene alrededor de 950 palabras incluyendo su
título.
Recuerdo
mi niñez. Mi madre que en paz descanse, no dejaba el nido ni aunque
lloviese. Éramos tres hermanos, aunque yo era el más inquieto. Le
sacaba la comida a éstos.
Cuando
mi padre –un rey para mi-, volvía de quien sabe donde, era ante
mis ojos:–El
gran señor de los cielos.
Vivíamos
en un acantilado.
Cuando
se demoraba él, un halcón peregrino, mi madre se ponía nerviosa y
como toda madre a veces, dejaba el nido.
Tenía
que hacerlo.
Me
contaban que antes, otrora era, cuando se conocieron, acostumbraban a
cazar juntos. El era un rey y soldado. Ella la emperatriz.
La
mayoría de sus presas no eran animales de tierra, generalmente eran
aves pequeñas que desde a mucho mayor altura las atacaban a una
velocidad sorprendente aturdiéndolas. Muchas veces eso era
suficiente para matarlas. Otras no.
Tenían
su técnica.
Con
su cola angosta y una envergadura de 1.20 metros, mi progenitor hacia
un gesto con sus alas indicando a mi madre la presa por encima de
ella. Era cuando se tiraba en picada, cual si fuera un misil cayendo
desde lo alto.
Ella,
desde abajo se desplazaba al unísono pero en sentido contrario. En
el último momento, el, giraba todo su cuerpo sobre su presa al
tiempo que ella se ponía boca abajo y con sus garras la apresaba.
Luego
siguiendo una especie de baile, se dejaban llevar por los vientos
alíceos. Mi padre cazaba en picada libre, mi madre por el contrario
iba directo hacia arriba, girando en el último instante.
No
había presas que se le escapasen.
Un
día me caí.
Con
toda la intención de hacer mi primer vuelo, me preparé. Apoyé mi
cuerpo en el fondo del nido y me tiré al abismo.
Caí.
Con
el corazón galopándome fuerte, mi madre con cariño, me sustrajo de
una muerte segura, no sin antes regañarme. Había sido toda una
caída libre desde 30 metros de altura.
Mis
dos hermanos murieron.
Bien
por debilidad, bien por que ahora estaban bastante crecidos y me
estaban quitando rol en el nido.
Cuando
traían el sustento diario, mis progenitores, yo era el primero en
recibirlo peleándome con mis hermanitos.
Un
día se gestó un aguacero. Llovía de costado y el viento nos
sacudía por completo. El nido templaba.
Yo
quería ser yo, el único, el que acaparara la atención de quienes
me gestaron.
Ese
día, el de la tormenta, fue como que el cielo me iluminase mi
cerebro. Sabía lo que tenía que hacer. Tirar mis hermanitos por el
barranco.
Lo
hice.
Mis
padres no estaban ese día.
No
era que me considerase malo. No. Quería a mis padres sólo para mi.
Ahora
ya más grande entendí que aquello que hice en su oportunidad, no lo
podía controlar, -la agresividad estaba inmersa dentro de mi-. Y el
risco, aunque tuviere a 60 metros de altitud, luego comprendí que
era chico, por ende, el nido aunado a mis hermanitos me era
insostenible en toda su extensión. Simplemente tenía que hacer
algo.
Lo
hice.
Cuando
vinieron mis padres, no entendí porque motivo mi madre lloraba.
Aunque mi padre cabeceaba, algo en él, -en sus ojos-, me decía
algo. Un:-Te
comprendo hijo.
Mi
madre me hecho.
No
entendí el motivo, luego de mis primeros amoríos, comprendí.
Ella
estaba de nuevo embarazada. Fue mi primer gran dolor, que sea mi
madre quien lo que lo hiciere.
La
expulsión.
Me
hice mozo. Un gran halcón peregrino. Era joven y con toda la vida
por delante. Mis plumas destellaban con los rayos del sol cuando me
deslizaba por las corrientes de aire ascendentes. El mundo debajo de
mi era todo mío. Un mundo de exploración.
Me
enamoré.
Me
divertía entre riso y riso, entre giro y giro, a veces envolvente,
otras en picada libre y casi rozando el suelo, me elevaba como si el
diablo soplare sobre mis alas. Era feliz.
Un
día haciendo mis piruetas en el aire quise probar hasta donde era
capaz de ascender. Fue cuando la vi.
Una
hermosa y femenina hembra de halcón volando muy debajo de mí.
Plácidamente. Descuidadamente.
Ya
había aprendido de mi padre la forma de cazar –afiancar la vista,
acomodar la cola, apretar bien las alas sobre mi cuerpo. Y caer. Caer
en picada. A último momento hacer el giro apresando con las garras
la presa, para luego salir raudo hacia las alturas–. Yo lo había
aprendido. No así, que hacer para seducir.
Sin
saber, y enceguecido por ese andar sinuoso a trabes de las alturas,
me tiré en picada sobre mi presa. Claro, era una hembra de halcón.
Fue
un instante fugaz. Pero bastó. Me enamoré al vuelo.
Sobre
el giro último, nos vimos los ojos. Quedé prendado. Casi la hice
caer, -de hecho se zarandeó de lado a lado por el efecto del viento
sobre ella-. Perdió altitud.
-¡Animal!
–dijo.
Se
recompuso luego de una sarta de disparates y se desvió de mí. La
seguí.
En
el trayecto casé una paloma y se la ofrecí como una forma de
reconciliarnos. De conocernos, mejor dicho. Ella desvió la mirada.
Me mostró indiferencia, aunque luego comprendiere que eso es lo que
hacen las féminas. No demostrar interés en el macho.
Otro
día la vi.
Ese
día tuve que pelear con su padre, -un señor halcón peregrino–.
Asustaba sólo verlo.
Ella
desde su nido veía como se gestaba la contienda. En los aires, por
su hija.
Su
madre, la abrazaba con el ala izquierda, sutilmente puesta sobre su
espalda. La de quien sería mi mujer.
Fue
cuando pelee.
Y
gané.
Ahora
tenemos dos hijos, cual de ellos inquietos, preguntándome como la
había conocido en un nido sobre un risco a 30 metros de altura.