lunes, 1 de diciembre de 2014

Nanonovela

Una nano-novela corresponde a una estructura narrativa compuesta con un mínimo de 3 capítulos de extensión y un máximo de 5.
Ese es uno de sus aspectos característicos, otro de ellos, es que cada capítulo no debe sobrepasar de una carilla. Por último y teniendo en cuenta esas reglas, una nano-novela rubulesca puedo decir que se encuadra dentro de ensayos prosísticos, interpretando como tales, áreas de experimentación narrativas.

Título: Sarah y Víctor
Estructura:Nano-novela
Nota: El presente ejemplo posee 5 capítulos de una carilla de extensión cada uno a lo sumo.
El Doctor Henderson era un prominente médico cuya profesión la ejercía en el interior del país; sobre el litoral oeste. Se había casado con Mabel, oriunda de la capital. Antes de recibirse como médico, la había conocido en dicha ciudad, la capital. 
Mabel había resultado ser una gran nadadora; prácticamente ganaba todas las apuestas que le planteaban. Cierto día, en medio de una competición de nado en curso estando tomando sol alrededor de la piscina olímpica junto a unos amigos, el doctor, por ese entonces estudiante de medicina, escuchando a la gente que la alentaba en la competición y viendo como se retrasaba, decidió ayudarla.
El tenía un pulmón grande, lo que le permitía nadar bajo el agua largas distancias sin salir a flote; el día que la vió retrasada es que decidiera ayudarla. Así Mabel ganó la competición. A partir de ahí comenzaron a salir, con la anuencia de sus padres, y, al tiempo cuando Andrés se recibiera se casaron. Con el descontento por parte de la familia de Mabel formaron su vida en el litoral oeste del país.
De la unión de Andrés y Mabel es que nació Sarah, una niña, que para los estándares de la época pesaba un poco más que la media .
Con el tiempo, el Doctor Henderson se hizo conocido y muy respetado, y ellos pudieron acceder a un nivel medio alto en la Sociedad. Y con el tiempo Sarah creció y se hizo adolescente. Fue cuando la hija de los Henderson, muy locuaz y amistosa, conociera a Victor.
Víctor era un monaguillo por ese entonces. Ella estudiaba en un colegio salesiano y Víctor, era el ayudante del párroco. Ambos prácticamente tenían la misma edad, Víctor dos años más. Con frecuencia comenzaron a verse, primero a escondidas, luego, ya un poco más abierto. Claro, en privado Víctor era una cosa, en público otra. La relación entre ambos no pasó desapercibida. Y comenzaron los cotilleos. Cotilleos que llegaron a un punto más elevado cuando Sarah quedase embarazada.
El Doctor Henderson y su familia ejercieron presión sobre el párroco, el que optó mandar a Victor a Angola como ayudante en una Misión.
De Sarah no se supo más, salvo que fuera internada en un nosocomio privado. Así nació Margaret siete meses después. Nadie, ni siquiera Mabel, su madre la vio. El Doctor Henderson se encargó en todo lo relacionado al embarazo y de Margaret, su nieta.
Pasaron los años y de Víctor no se supo más nada, incluso después que los padres de Sarah fallecieron.

Cap. 2 
Victor –


Luanda, Angola 
Padre –entró Joao corriendo y expresó en forma imperativa, pero nerviosa–, tiene que acompañarme, mi esposa... 
Oriundo del sur de Angola, Joao era descendente de la etnia bantúe cuyo origen se remonta a cuando eran un pueblo de pescadores, agricultores y cazadores. De hecho, en el corazón de su pueblo aún existen quienes continúen con la tradición de la lengua khoisan, aunque son unos pocos y están dispersos. Actualmente hablan portugués.
Victor se giró hacia el visitante, depositó al costado de sus pies la asada con la que estaba labrando el pedazo de tierra; luego lo miro irguiéndose, no sin antes secarse al transpiración de su cara. 
¿Qué le sucede a Paulina? –Le preguntó Víctor sosteniendo su sombrero de ala ancha con la mano derecha. 
Va a dar a luz padre –se le acercó y lo asió de la manga de la sotana– ¡por favor! –le suplicó. 
Cuando Victor arribó a Angola lo esperaba en la misión jesuitica el Padre Esteban quien estaba a cargo del lugar. Entre otros menesteres tenía no sólo que labrar la tierra y cultivarla, sino también que ejercer de partero si las circunstancias lo ameritaba, atender a las personas que requerían de sus servicios religiosos, y un sin fin de actividades alternas, además de dedicar su tiempo al Señor.
Joao había conocido a Paulina unos cuantos años atrás a la época en que arribara Victor por vez primera. Originaria de la etnia ovimbundu, quizás una de la población más abundante del país, los ovimbundu se hallaban dispersos por el centro de Angola. Ellos, se habían conocido cuando ambos eran estudiantes en la Escola Superior Agrária do Kwanza-Sul.
Cuando allá por el 2008 se llevarán a cabo las elecciones parlamentarias, después de diez años de suspensión de garantías y procedimientos democráticos, luego de la guerra civil que asolaba dicho país, en un día de festejo nacional, se conocieron. Festejaban la fecha en que Portugal había traspasado su colonia al pueblo ugandés. Un año después se casaron. 
¡Vamos! –dijo Víctor colocándose su sombrero de paja. Tras ello se subió al camión que conducía Joao.

Cap. 3 
Sarah –

El día en que Sarah dio a luz en una clínica privada a Margaret, su padre, el Doctor Henderson la sustrajo de sus manos y se la llevó con él. En forma callada la dio en adopción. Ya por ese entonces la relación entre el médico y su mujer, Mabel, no era como se esperaba. Si, se relacionaban a nivel público como si nada pasase entre ellos, pero ya en la órbita privada, la relación no era la misma. Claro, la madre de Sarah, por su lado consideraba excesivo el trato propiciado hacia su hija, por otro, el doctor, terco y obcecado, no daba el brazo a torcer.
Mabel hasta ese momento le pareció correcto su internamiento en la Clínica, pero cuando se enteró que iría a ser abuela y la medida que su esposo había tomado, lo enfrentó. 
Pero se trata de tu hija –le había dicho en su ocasión, estando ambos en el living comedor. 
Ese día había estado lloviendo y había hecho frío. La estufa a leña estaba encendida y se escuchaba el crepitar de las brasas. El doctor estaba leyendo y su mujer tejiendo. 
Es una cualquiera –Expreso sin levantar la cabeza. 
¿Qué has hecho con la niña? –Mabel depositó el tejido sobre su regazo y lo miró. 
Su postura física cambió, entonces: 
Nada –recibió como respuesta utilizando otro tono de voz no habitual en él. Hasta sus ademanes cambiaron. 
¿Qué te crees que sos cretino? –No terminando de expresar esas palabras, su mujer con la mano abierta le propició un sonoro sopapo. 
Margaret la hija de Sarah, había sido entregada a unos estancieros que no podían tener hijos. Desde ahí dejaron de dormir juntos y hablarse. El doctor por su parte, tuvo sus amantes, su esposa lo supo, pero no dijo nada; por dentro lloraba.
Cuando falleció su padre, Sarah ni se inmutó. Más cuando su madre falleció, afloró en Sarah un grito ahogado de los que salen desde los intestinos prisionero, tapiado; una expresión manifiesta de un sentir incontrolado como impensado. Por ese entonces se había casado con un francés que había conocido varios años atrás al deceso de su padre y con el que tuvo un hijo: Sebastián. Se conocieron cuando ella estaba de viaje por España, Francia e Italia.



Cap. 4 
Margaret  y Sebastián –

París, Francia.
Bueno señores y señoras –dijo Sebastián a través del micrófono–, nos encontraremos aquí en la Plaza de la Concordia –miro su reloj pulsera y agregó por último–: dentro de tres horas. 
En su tiempo libre él hacia de guía turístico; el ingreso que recibía por tal concepto le permitía entre otros, pagar sus estudios universitarios. Al igual que en otras ocasiones los turistas comenzaron a bajarse del bus, ese día, entre ellos estaban Margaret y dos amigas de viaje. Un viaje organizado con anterioridad. Sus padres, que para ella eran Martín y Ana, los dueños de una hacienda de bastante porte, le habían regalado la excursión.
Sarah acostumbraba a ir todas las tardes a un café ubicado sobre uno de los costados de la Plaza de la Concordia a tomar un café y reunirse con sus amigas y así cotillar. Ese día, cuando Margaret bajo junto a sus amigas del bus turístico, Sarah se hallaba reunida junto a sus amigas en el bar. Riéndose de los chistes de sus amigas volteó su cara en dirección a su hijo que estaba saludando a los turistas que paulatinamente se iban bajando del bus. Su risa quedó congelada ya que su cabeza detonó a causa de un efecto emocional; entonces, emitió un grito ahogado de los que salen desde los intestinos prisionero, tapiado; una expresión manifiesta de un sentir incontrolado como impensado que en principio le cayó como una ráfaga sobre ella pero ni pensó siquiera a que se debía, sólo vio imágenes al vuelo: a su hija, la que su padre, el doctor le había arrebatado. Y con ello se agolparon una serie de recuerdos del pasado que pujaban por salir como el recuerdo mi primer gran amor: Victor, por aquel entonces, un monaguillo, pero que marcó su existencia. Recordó su textura sin igual que se le antojó en su momento estando él, recostado sobre un heno de paja que había en la guardilla de un establo lindero a un arrollo. Era la primera vez primera recibiera y propiciara un beso, en un establo al amparo de miradas furtivas. 
Discúlpenme –expresó tras el silencio que esos recuerdos trajeron consigo y que movilizó todo su ser. Sus amigas la miraron extrañadas. Sarah se giró hacia ella y les dijo: 
Recordé que que tengo que hacer algo –Levantó su cartera del respaldo de la silla y se levantó. Ellas quisieron decir algo, pero se quedaron con las frases a medio terminar. Sarah, ya se había puesto su chaqueta y abierto la puerta del bar.



Cap. 5 
La hora de la verdad – 

Jardines de las Tullerías- París, Francia.
Los Jardines de las Tullerías ubicado entre el Museo del Louvre , el Arco de Triunfo y la Plaza de la Concordia estaba repleta de gente variopinta. Sarah eligió la parte sur que da sobre el Río Sena para el encuentro. Un día soleado, adecuado para lo que se tenían que decir. 
Victor –Sarah sentada al lado del Párroco de Sainte Chapelle miraba hacia el suelo y fugazmente, el rostro del cura–, siete meses luego de que te fueras a Angola, la tuve en mis brazos, si la hubieras visto tan chiquita con su dedo asiéndome al mío, llorando. 
Frente a ellos dos niños junto a su padre jugaban con un velero a escala manejado por control remoto. 
Sarah –El cura la abrazaba como acunándola–, consagré mi vida a Dios y en el caminó desatendí mi amor hacia vos. Cuando te vi por vez primera en la Iglesia me di cuenta lo equivocado que estuve estos 50 años que han transcurrido. 
Sarah apoyó su cara sobre el hombro del cura. Ambos andaban por los ochenta años. 
Vivía en un mundo de ilusiones rotas, donde la vida daba un salto entre aquello que ocultaba, y lo que querías ser –Con una mano extrajo un pañuelo y se secó las lágrimas–, cuando nos separaron y tras el nacimiento de Margaret, me quedó un vacío que ha morado en mi alma hasta este entonces. 
Estuve estos 50 años que han transcurrido –Victor, el párroco le acariciaba el pelo cano a la anciana–, de misionero a Angola, y Costa de Marfil. Despotrique contra el Señor, no podía aceptar que me sometiera de nuevo al martirio de verte de nuevo. 
Fue mi padre el que me la separó –Se secó la nariz y con los ojos rojos miró nuevamente la cara del cura–. Se que está muerto, pero no se lo puedo perdonar. Todavía me acuerdo de ese campo de amapolas que hicimos el amor como dos chiquillos atolondrados. 
Sarah, mi Sarah... 
Fui a Angola primero y luego a Costa de Marfil, –agregó luego tras calmarse–, pero tu fantasma, ese, en que ambos éramos chiquillos, me siguió. Solo luego de años de misionero terminé en esta Iglesia que nos vimos de nuevo.
Los dos ancianos se pusieron a llorar al unísono abrazados como dos amantes.