El
nanorel es es una forma de narración compuesta con un mínimo de 300
a un máximo de 399 palabras incluido su título.
Se
caracteriza por ello, pero, su extensión que no debe sobrepasar una
carilla, hace de la minihistoria que desarrolle el escritor sea en
sí, un camino para pulimentar su narrativa.
Titulo:
Mi amigo Juan
Característica:
Nanorel
Nota:
El presente ejemplo no sobrepasa las 350 palabras incluyendo su
título
Era una mañana
hermosa. Ninguna nube eclipsaba el cielo ese día en el pueblo.
Decidí visitar a mi amigo para ir al parque que daba a las afueras,
hacia el oeste. Corrí, me monté en la bicicleta bajé una cuadra y
media y doblé a la izquierda. A media cuadra estaba su casa. Por ese
entonces tenía unos doce años y él, trece. Su casa daba a la
avenida principal por un lado y su fondo sobre una calle cortada. Por
esa última baje raudo casi cayéndome al doblar. Abrí la puerta
trasera y entré la bicicleta. Enseguida Cleto me vino a saludar; un
perro marca perro. Le decíamos Cleto como diminutivo de Anacleto que
era su verdadero nombre.
–Hola Doc
–mencioné saludando a su padre– ¿Y Juan?
–Durmiendo
–Respondió sin dejar de masticar un croissant y sorber lo que le
quedaba del café. Estaba en un receso de la consulta matutina.
Su padre era médico
al igual que el mío. Médicos del interior. Mi viejo había nacido
en esa ciudad, se recibió de esa profesión en la capital donde
conoció a mi madre. El padre de Juan provenía de la capital pero
prefirió ejercer en el interior.
Entré con Cleto al
dormitorio y lo vi roncando. Su hermano Manuel hacía lo mismo, en
una cama adyacente.
–Levantate che –Le
dije sacudiéndolo; Cleto ladraba.
–No jodas
–Respondió más dormido que despierto y se dio vuelta para un
costado. Le hice seña al perro y este se le abalanzó encima
subiéndosele arriba de la cama. Yo tiré de las frazadas.
Fue cuando se
despertaron ambos.
–Andate a …
–Vamos al parque
–respondí al tiempo que hacía una seña al perro que no paraba de
ladrar– Te espero en la cocina –Y cerré la puerta.
–Que te den
–Atiné a escuchar– “Yo también te quiero” –Me dije y me
encaminé hacia la cocina.
Una hora después
íbamos los tres pedaleando cuesta abajo hacia el parque, uno que
bordeaba buena parte del oeste de la ciudad con el Cleto corriendo
detrás ladrando.