El
picopro es es una forma de narración compuesta con un mínimo de 700
a un máximo de 799 palabras incluido su titulo.
Titulo:
Otto
Característica: Picopro
Nota:
El presente ejemplo alrededor de las 730 palabras incluyendo su
título.
–¿Alguna
novedad para mi? –dijo al llegar al la Clínica.
La
recepcionista, una mujer de mediana edad, elegante en su porte
levantó la vista de lo que estaba haciendo, y lo miró.
–Hola
doctor –respondió–; los doctores Estefanell y Márquez desean
hablar con usted.
–Bien.
–Rubinstein propinó dos golpecitos sobre su mesa y se giro hacia
la Sala de Reuniones, no sin antes decirle–: ¡Gracias!
“Cuanto
hace que no me aparecía por aquí –se dijo–, ¿con qué me
encontraré?”
Hizo
un ademán con su mano como queriéndose sacar ese pensamiento de su
cabeza y acotó para si mismo: “Veremos”
Cuando
llegó se detuvo un instante, contó hasta tres, y luego golpeó la
puerta que daba a la Sala de los Galenos: la de consultas.
–Adelante
–escuchó decir.
“Veamos”,
se dijo para si y entró.
El
Doctor Estefanell había sido el primero en llegar. Era un hombre de
contextura atlética, de mediana edad el cual poseía una
especialización en traumatología forense.
Le
siguió unos minutos después el Doctor Márquez siendo el último en
arribar: Rubinstein.
Los
dos primeros habían estado dialogando sobre el caso que tenían
entre manos.
Márquez
era un hombre pequeño, de pelo morocho y desgarbado. Se había
especializado en una asignatura conocida como: diagnóstico
psico-forense.
Una
reciente especialidad.
–¿Cómo
está Doctor? –Estefanell le dijo al tiempo que se estrechaban las
manos–. Soy el Doctor Estefanell y le presento a mi colega, el
Doctor Márquez.
Hizo
un gesto para que se acomodara.
–Un
gusto conocerlo –agregó Márquez extendiéndole la mano–,
queremos cotejar nuestras impresiones con usted sobre un caso que
tenemos en estudio –adujo.
–Bien.
–El
caso –dijo Estefanell–, es sobre un paciente que se llama Otto –y
rebuscando entre los informes clínicos dijo–: un hombre que al
momento en cuestión que arribó tenía unos sesenta y tantos años,
de buena contextura.
–Trabajaba
como costumbre en el Minimarquet de la Estación de Servicio Shell en
la frontera con la República Checa, sobre la autopista que conecta
Hamburgo con Dresden –agregó Márquez.
Estefanell
lo observo como diciendo: “estoy hablando”, pero dejo que Márquez
acotara.
Rubinsteín
escuchaba lo que decían y cada tanto hacía un gesto de
asentimiento.
–Ya
se había cumplido prácticamente el doble horario que tenía
asignado en su trabajo –prosiguió–, hacía el recuento de caja y
se quería ir a su casa.
Estefanell,
hacía un reconto de la historia del paciente.
–Por
ese entonces, caía nieve y abundante –complementó Márquez con
los dedos encruzados apoyados sobre la mesa que había en la Sala–.
Fue cuando llegaron.
–¿Quiénes?
–Dos
individuos procedentes de Nassau –terminó la pregunta Estefanell.
Márquez observaba–. El instinto le hizo desconfiar pero sólo
logró eso. Aún así, oprimió el botón que tenía debajo del
mostrador: una alarma silenciosa.
Márquez
asentía.
–Fue
el momento que una escopeta de caño recortado se posesionó frente a
sus ojos –complementó la explicación de su colega. Estefanell
hizo un gesto de concordancia.
–Entiendo
–asintió Rubinstein– pero, ¿cómo es que terminó en la
Clínica?
Y
acercó su torso sobre la mesa directamente mirando hacia sus
colegas.
–¿Es
qué terminó muerto?
Los
hombres que tenía delante se miraron un instante y volcaron la vista
hacía el invitado, Rubinstein.
Se
tomaron su tiempo en responder.
–Según
lo que se extrae del parte policial.. –la frase quedó inconclusa.
–Si...
–Rubinsteín le hacía un gesto con la mano como diciendo:”Prosiga,
lo escucho”.
–Según
lo que se extrae del parte policial –prosiguió la frase cortada de
Estefanell–, prendieron fuego la estación de gasolina, no sin
antes robarle el dinero. –Concluyó Márquez–. Lo mataron para
robarle la recaudación.
–Entonces
se halla aquí? –dijo el invitado–. Su alma..
El
silencio se apoderó de la Sala acayando todo eco de las palabras.
–Su
alma.. –Ahora repitió, ya con un tono más contundente: ¿su alma
se halla reposando aquí?
–Si
–Contestaron al unísono.
–Pero..
–expresaba gesticulando Rubinstein–. ¿Qué queréis exactamente
de mi?
Y
ya los miraba directamente a sus ojos; fue cuando se recostó sobre
el respaldar del sillón.
–Venga.
En
medio de colinas verdes y praderas ondulantes descansaba Otto, debajo
de la sombra de un gran Ciprés.
El
alemán de unos sesenta y tantos años descansaba leyendo un libro.
Sobre él, unas hadas movían las hojas del mismo cada tanto y
cantaban acompañadas de una melodía de Strauss.
–Buen
trabajo señores.
Rubinstein
comenzaba a desvanecerse del lugar paulatinamente a medida que el
sueño cobraba vida.