Diálogo

–¡Deja ya el teléfono! No respondas. Deberías más concentrarte. ¡Cuelga! –El maestro Hendo hacía un resumen del texto recordatorio a Fosco Noi antes del gran momento–. ¿Tienes que moverte siempre, primero el izquierdo y luego el derecho! –gritaba en vano–. Derecho e izquierdo, y avanzar para atacar. ¿Me has entendido?
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–Lo mataré –aseguró Ricky tras vacilar–. En absoluto. No parece cosa suya. Es inofensivo de verdad. Solo irritante.
Se preguntó si su sobrino percibiría la mentira en su voz. Lo dudaba.
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–Mamá tenemos cosas que hablar con ésta gente –miró hacia la puerta de la caravana, donde Mary Margaret estaba  escuchando y temblando de angustia–, cosas que los niños no tienen que escuchar.
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–¿Pues entonces? –Ella lo miró expectante.
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–¿Qué pasó? –preguntó sin rodeos.
–Alguien le dejó una felicitación en la taquilla del colegio. Ya sabes, una de esas bonitas tarjetas sensibleras y nada originales, de tamaño gigante, que venden en cualquier centro comercial. Todavía…
Ricky se movió incómodo en el asiento.
“Fernández”, pensó y preguntó..
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–¿Es eso posible tío? Tú eres el bendito experto. ¿Puede alguien cambiarle la vida tan de repente?
Tampoco contestó esta vez, pero la pregunta resonó en su  interior.
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–O sea que éstas son las cocheras –dijo Michelle al apearse del coche y observar la estructura de ladrillo de unos cuatrocientos metros cuadrados–: ¡Pensaba  que eran más grandes! –añadió con ironía.
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–No te preocupes Sally –dijo King para tranquilizarla–. Se a lo que te refieres –hizo una pausa antes de añadir–: ¿La señora Battle monta a caballo?
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–Nuestro nombre se lee en la fachada del hospital querida –replicó Remmy con altivez, antes de añadir con voz más rotunda–: la verdad es que por quince millones de dólares, me pareció que era lo mínimo que podía hacer.
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–El hecho de ignorar que había en el cajón secreto de Bobby la saca de quicio –observó King al tiempo que volvía la vista hacia la mansión.
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–Lo siento si la familia y el servicio no planificaran su agenda colectiva  para que coincidieran con las actividades delictivas de Junior –replicó con tono glacial y condescendiente. Si hubiera tenido los ojos cerrados Michelle habría jurado que hablaba con Remmy Battle. Antes que Michelle tuviera tiempo de replicarle, Dorothea volvió a dirigirse a King–: Me parece que os equivocais de presa.
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–Hola –dijo–, creo que esta aquí por el señor Hernández. –Pero antes que pudiera contestar, Rigs se volvió hacia Lu Anne y añadió–: Lu Anne, pediré a un agente que la lleve a pasar la noche..
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–¿Adonde cree que vamos a ir? –Repuso el cartero en voz baja –.¡Joder! Pero si he pasado por esto muchas más veces que él. ¡Eh, agente! –gritó al policía–. Parece salido de una puta película. No toque nada.
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–¿Has hecho alguna vez un análisis con una fecha límite Ricky? Porque de eso se trata. Seguiré en contacto contigo. Recuerda, Virgil nunca esta  lejos. –Inspiró hondo y añadió–: ¿Lo has entendido todo Ricky? –Como él guardó silencio, lo repitió, esta vez en tono más amenazador–. ¿Lo has entendido todo, Ricky?
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–Yo no la maté. Maté a todos los demás, pero a ella no. Es cierto que estaba en el condado de Escambia. Y desde luego, si la hubiera visto me habría gustado hacerlo. No me cabe mínima duda; si hubiera estado aparcado a la salida del colegio, habrá hecho exactamente lo que le hicieron. Habría bajado la ventanilla y le habría dicho: “Ven aquí pequeña.” Se lo aseguro. Pero no lo hice, no señor. Yo no cometí ese crimen. –Hizo una pausa y concluyó–: Inocente:
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–No soy muy partidario de las medicaciones –dijo Ricky–, a diferencia de algunos de mis colegas. Pero una  esquizofrenia tan profunda necesita medicación.
Rigs le indicó una mesa, que tenía dispuesta a su lado. Cruzaron juntos la oficina.
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Ella se acercó a la mesa.
–¿Va a querer tarta usted también?
–No. Es que me ha picado la curiosidad al verla con el cartel –dijo señalando al papel que la chica llevaba enrollado bajo el brazo.
–¿Este? –dijo y se lo tendió.
Cowart lo desplegó sobre la mesa.
En el centro del cartel había una fotografía de una niña negra con coletas sonriendo. Bajo la fotografía..
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–La enterramos junto con las otras –le dijo–. Mireille, hice bien en esconderlas, en librarnos de esa espantosa maldición. Una vez yo también quise ese juego… –La sujetó por los hombros. No podía ver los pensamientos que se atropellaban dentro de su cabeza–. Te digo que te amo –agregó–. ¿Es necesario que todos seamos arrasados a ese pozo de odio?
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–La que concibe más hijos –fue su seca repuesta. Al ver que Catherine se acercaba del brazo de Talleyrand, sonrió–. ¿Ydónde habéis estado escondida hermosa? –preguntó después de que fueran presentados–. Tenéis aspecto francés y nombre inglés. ¿Sois británica de nacimiento?
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–Os diré lo que queréis saber. Sobre el oasis. Lo que descubrí. Os lo diré todo.
Flin se paró y se volvió, sin soltar un brazo de Freyra.
–Dónde está,  qué es… Todo lo que queráis  –dijo el egipcio-. Pero antes…
Hizo una pausa y, con una sonrisa maliciosa, cerró la trampa.
–Quiero verla desnuda.
Flin abrio mucho los ojos, con rabia y asco. Después separó los labios, pero antes que..
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–Os vais de El Cairo –dijo. De pronto su tono era firme autoritario–. Y de Egipto. Los dos. Esta noche. Es demasiado peligroso. Esto se está desmadrando. Mejor dicho, ya se ha desmadrado.
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–Entonces, ¿Qué goce deseáis de mi, señora? –dijo él, separándole suavemente las piernas–. ¿Este?
Ella murmuró algo, cuando él se inclinó para besarla.
–¿O éste?
La boca de él se deslizó hacia abajo, hacia su espacio más privado y oculto. Ela contuvo el aliento, mientras la lengua de él  jugaba a través de su piel, mordiendo, lamiendo, incitando.
–¿O quizás éste?
Sintió sus manos, fuertes y firmes alrededor de su cintura, mientras él la atraía hacia si. Ella le rodeó la espalda con sus piernas.
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–Cortá el rollo Alf. Tu siempre fuiste una mierda al menos Henry tenía pelotas –Devolvió su atención hacia Spence–. Dadme el libro que descubristeis en Inglaterra. Lo conseguiré de un modo u otro.
–No les de nada –dijo Keyon indignado.
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–Todo se centra en el hijo que pecó –dijo.
Isabell frunció el ceño.
–En éste caso no se por donde empezar –Oyó que la llamaban del gran salón–-. ¡¡Abuelo!!
–gritó–. Estamos en la biblioteca.
Lord Cantwell apareció con el periódico bajo el brazo.
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–¿Sabe algo de eso?
–¿Mi gente?
–¿Le diré lo que vamos ha hacer? –terció el otro hombre–. Vamos a contarle..
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—Me harán preguntas, señor. Pensarán que le abandoné. Será muy malo para mí —decía atropelladamente Carlos, al tiempo que colocaba los objetos solicitados en la mochila de Whittlesey—. Las moscas cabouri le comerán vivo —añadió. Se acercó a la caja y la cerró—. Volverá a enfermar de malaria, y esta vez morirá. Me quedaré con usted.
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–Naturalmente –siguió diciendo Collopy–, no le pediré que modifique su postura editorial. Me limitaré a señalar la posibilidad de que le falten ciertos datos. –Pulsó un botón casi invisible de la mesa, y dijo por un altavoz no menos invisible–: El expediente señora Surd.
La secretaria tardó pocos segundos en aparecer con una carpeta vieja en la mano. Collopy dió las gracias, echó un vistazo a la carpeta y se la tendió a Marge.
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–Parecía tan sencillo, tan alcanzable, cuando tenía 8 años –Al final se secó los ojos con una servilleta de papel, como si acabara de darse cuenta que tenía el rostro húmedo. Miró nuevamente a Lee–. Pero resulta que llevo ésta vida. –Recorrió la agradable estancia con la vista–. He hecho..
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–En la pesca, el éxito depende principalmente de cuanto tiempo logra uno mantener la mosca en el agua. La suerte –decía–llega cuando la preparación coincide con la oportunidad. La mosca es la oportunidad, la preparación es cuando lanzas el hilo. El pez es la suerte.
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–Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda tiene que ser la verdad, por absurda que parezca.
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–Iré a pie si es necesario, pero tengo que llevar este cofre a Theodore Langford –repuso en tono persuasivo–. Fue la última voluntad de mi abuelo y las últimas voluntades han de cumplirse. Además, estaba muy angustiado cuando me lo pidió. –Hizo una pausa que aprovechó para pasar de nuevo  suavemente la mano por el contorno de madera. Dejó de acariciarlo en seco, después levantó la mano y continuó hablando–:  El interior de este pequeño cofre contiene algo de suma importancia y, como sea, tiene que llegar sano y salvo a su destinatario.

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–Supongo que no puedo convencerte de que no vayas de ninguna manera. –La joven mantuvo silencio. La decisión estaba tomada y todo claro–. Prométeme entonces que te cuidarás.
La forma de hablar de la vieja ama de llaves reflejaba consuelo y condescendencia a esas altura del dialogo,   con la resignación de quien sabe que no puede hacer nada al respecto.

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–Debería matarlo de una vez por todas –dijo abruptamente Belial, tirando de las riendas de su semental negro con un gesto rápido e imperioso–. Pero pese  que no lo estimo lo suficiente para dejarlo con vida. –Posó sus ojos azules en el hombre y habló con cortesía artificial–. Me gusta que el viejo capitán del viejo  Regimiento de Fuego vea cada día y cada noche en que se ha convertido.. Eso es mejor castigo que cualquier muerte, ¿ no es cierto Erfogan? –le preguntó retorciendo un poco más los eslabones alrededor del cuello–. ¿No es cierto que desarías  estar muerto antes que tener que  presenciar... ?

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–Y es eso en parte –abogó Lord Dyron con firmeza–, lo que esta ayudando a que nos encontremos actualmente frente a la mayor social, económica y tecnológica  que ha conocido la humanidad  desde el noelitico, ¿te lo puedes creer? –exclamó. Su tez cenicienta se encendió–. Desde la edad de piedra –hizo un alto en su alegato y cambió de tema–. ¿En qué estas invirtiendo ahora? –Preguntó.

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–Que vamos a salir con más hambre de la que tengamos al entrar y con la cartera  más pelada que un pavo –le solté.

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